Apenas había concluido el funeral por Francisco cuando una inmensa pancarta apareció en San Pedro del Vaticano con el texto “ADIÓS, PADRE”, unas palabras que recogían con precisión el sentimiento reinante en la plaza: los católicos lloran no solo a un Papa, sino a un pastor.
La plaza frente a la basílica de San Pedro y las calles colindantes rebosaron desde la madrugada de fieles que quisieron dar en persona su adiós a un pontífice muy apreciado por su humanidad.
El silencio hasta que comenzó la ceremonia solo era roto por los himnos que ensayaba el coro, las pruebas en megafonía, y el zumbido de un dron que sobrevolaba el lugar, hasta que tres cuartos de hora antes del inicio de la liturgia una religiosa comenzó a dirigir el rezo del Rosario.
En algunos rostros no era difícil percibir los estragos de muy pocas horas de sueño, especialmente entre quienes pasaron la noche junto a la plaza o se levantaron muy temprano (o no durmieron) para conseguir un lugar privilegiado.
Mientras en el interior del templo los presidentes estadounidense, Donald Trump, y ucraniano, Volodímir Zelenski, abordaban la guerra y discutían de geopolítica, en el exterior se desplegaba toda la pompa vaticana para una de sus grandes ocasiones, que continuará con el cónclave y la elección del nuevo papa.
No es vano, desde hace justo dos décadas no moría un pontífice reinante, por lo que para muchos de los presentes, entre los que había un gran número de jóvenes y de mujeres, se trataba de la primera vez que vivían algo similar.